EL ALQUIMISTA

Fuente: Foto de Danila Popov de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/coches-carretera-trafico-calle-14731566/
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Salí aprisa hacia recepción y me senté. Estaba tan nerviosa que no sabía lo que estaba haciendo. Quería irme de allí y cuanto antes. Sabía que todo el plan se había ido al infierno en el momento en el que esa mujer supo que podía ver a su guardián. Las personas con más de un poder eran inusuales y también valiosas. Por desgracia esa ventaja muchas veces se convertía en una verdadera pesadilla. Ya había visto a personas con dos poderes verse privadas por completo de libertad o incluso ser canjeada cual moneda de cambio por caciques. Yo quería una vida normal, trabajar en algo para conseguir refugio y alimento y alejarme de toda clase de problemas. Mis poderes ponían en riesgo ese sueño.
Y yo que pensaba que por fin iba a encontrar tranquilidad.
—Tengo que salir de aquí —dije para mí.
— ¿En serio? Pero si acabas de llegar —dijo el Alquimista.
Se encontraba bastante cerca de mí, pendiente de la carga de su móvil. Me había escuchado pese a mi débil hilo de voz.
—Tengo que irme.
Me levanté y caminé rápido hacia la puerta. Tenía ganas de correr, alejarme de allí tan rápido como pudiese. Sin embargo tenía que mantener la calma hasta que me viese a salvo.
— ¿A dónde vas? —el Alquimista salió detrás de mí.
—No puedo quedarme. Aquí no.
—Pues ahí fuera la cosa es peor. Te lo aseguro.
—Prefiero arriesgarme. En este lugar no hay sitio para mí.
Él vino aprisa hasta mí y me agarró del brazo para detenerme en mitad de las escaleras.
— ¿Qué diablos te pasa? ¿No querías venir aquí?
—No. ¡Sí! Sí que quería, pero me lo he pensado mejor. Debo buscar otro sitio. Quizá tenga más suerte con otro de los reyes.
—No me digas que te han rechazado —se mofó de mí.
—Más o menos.
Su sonrisa desapareció en un instante. Vio en mi rostro que la situación era grave. Al menos para mí.
Oí la puerta abrirse y miré hacia atrás. La recepcionista estaba ahí, de pie, señalándome con el dedo para delatarme ante tres guardias armados que habían salido con ella. Entré en pánico y salió de allí rápidamente. Los guardias vinieron tras de mí.
—Cualquiera diría que quieren que te quedes—comentó el Alquimista mientras sacaba su petaca y le daba un trago.
Menudo momento para beber, pensé yo. Más no le di importancia. Me abrí paso entre toda la gente que estaba en la plaza, haciendo trueques o mirando mercancía en los pequeños puestos que había. Quise perderme entre la multitud, me pareció un buen plan. Qué diablos, era mi único plan. Quizá tuviera suerte y… No. No era mi día de suerte. Al mirar al frente, entre el tumulto, pude ver a otros dos guardias que recibían un mensaje por radio justo antes de mirar hacia la multitud. Ahora también ellos me estaban buscando. Cambié radicalmente el rumbo tan solo para eludirles.
Desde luego la cosa no podía hacer más que emporar.
—Deténgase, señorita.
Otro guardia había recibido el mensaje por radio con mi descripción y me salió al paso inmediatamente. Andaba cerca, pero no le había visto.
Sin venir a cuento, y tan rápido como un relámpago, un puñetazo en el rostro dejó la guardia inconsciente en el suelo y a una multitud a mi alrededor alertada. El Alquimista se dolía de los nudillos.
— ¿Pero qué has hecho?
— ¿No querías largarte? Pues vámonos.
Me agarró del brazo y tiró de mí hacia una salida del mercado.
—No tienes por qué hacer esto. Me quieren a mí, tú puedes quedarte—le dije.
—No me gusta la idea de echar raíces en un sitio. Prefiero tener un poco de libertad.
Al salir del tumulto del mercado otros dos guardias más nos interceptaron. Pero esta vez era diferente. Llevaban una pistola y un rifle de asalto. Nos apuntaban con las armas como si fuésemos peligrosos delincuentes.
— ¡Quietos! ¡No deis un paso más!
Nos quedamos de piedra en el sitio. Pensé que todo había acabado. Que mis esperanzas de tener una vida tranquila se habían esfumado para siempre. Maldije mi suerte.
En un abrir y cerrar de ojos los dos guardias cayeron al suelo. Por un instante. Por un segundo me pareció ver que mi extraño compañero se había movido de mi lado, les había golpeado a ambos y había regresado justo al mismo sitio a mi derecha. Me pareció ver su imagen golpeándoles. Pero… eso era imposible.
—Por aquí.
El Alquimista siguió guiándome por la zona. Desde luego se la conocía bastante bien. Era evidente que ya había estado allí en varias ocasiones. Al contrario que yo, él sabía exactamente a dónde quería ir: a la zona de aparcamiento.
Tras doblar una esquina nos encontramos delante de una zona restringida custodiada por tres guardias que charlaban y fumaban cerca de una garita de seguridad improvisada. Detrás de ellos había aparcados varios vehículos. Solían usarlos para transportes de mercancías y patrullas.
El Alquimista tiró de mí y me escondió detrás de una columna.
—Quédate aquí —me susurró justo antes de echar un vistazo nuevamente a los guardias.
— ¿Qué…?
No me dio tiempo a formular la pregunta. ¡Había desparecido de mi vista justo delante de mí! Quedé aturdida. No sabía qué había pasado. Nuevamente tuve la sensación de haberle visto moverse por un instante, pero no logré verlo con claridad. Asomé por la esquina de la columna y le vi agachado detrás de la garita. ¡Había logrado pasar delante de los guardias sin que le viesen! Entonces lo entendí. Tenía el poder de una velocidad asombrosa. Pero eso no tenía sentido. Ya le había visto pelear y su poder era el de la fuerza. ¿Era posible que él también tuviese dos poderes? Y resultaban ser físicos. Aquel hombre era una verdadera joya. Cualquier rey se pelearía por tenerle y le darían todo cuanto quisiese. ¿Por qué entonces parecía ir completamente por libre?
El alquimista se deslizó silenciosamente dentro de la garita. Vi su mano alzarse por encima del escritorio y palpar una caja con un montón de llaves de coche. Un sonido alertó a uno de los guardias, quien miró a la garita… pero no vio nada. La mano había desaparecido. Respiré aliviada. Había cogido las llaves de un… ¡Pero por qué las devolvía a la caja! La mano volvió a palpar y cogió otras. Y otra vez el mismo guardia miró en su dirección. No vio nada, pero ya se encontraba con la mosca detrás de la oreja así que fue a la garita a investigar. Contuve el aliento. ¡Iba a descubrirle! Levantó el arma, indicó algo a sus compañeros y fue hacia la garita lentamente. Yo no podía hacer nada más que ser testigo de cómo iban a capturarle. Se acercó lentamente, como un gato acechando a un simple ratón. Y, como gato, saltó justo delante de la puerta con el arma en ristre… tan solo para comprobar que allí no había nadie. Hizo una señal negativa y regresó junto a sus compañeros.
—Ya tengo llaves —dijo el Alquimista justo a mi espalda.
Di un brinco del susto y por poco no dio un grito.
— ¿Cómo…? —No sabía ni qué preguntar si quiera— ¿Qué haces aquí?
—He venido a avisarte. Voy a pillar un…—miró las llaves. —Mercedes, guau.
—Pero si ya tenías unas llaves. Te vi dejarlas en la caja.
—Es que eran las de un Seat. Si vamos a salir de aquí, mejor hacerlo con estilo. El caso es que la cosa va a ser muy rápida. Cojo el coche y salgo pitando. Estate preparada.
—Espera, ¿has venido solo para decirme eso?
Él pareció pensarse la respuesta antes de contestar.
—Sí.
Increíble. Sonrió y volvió a desaparecer. A los pocos segundos se oyó el motor de un coche poniéndose en marcha. Los guardias enseguida se alertaron y fueron corriendo hacia la fuente. Las luces de un vehículo se encendieron y un coche salió del aparcamiento, enfiló la salida y rugió el motor. Los guardias tuvieron que quitarse del camino para no ser atropellados. El coche rompió la barrera, subió la pequeña rampa y paró justo delante de mí.
— ¡Vamos, sube! —me gritó desde el asiento del conductor.
Corrí hacia el asiento del copiloto y entré tan rápido como pude. Una vez dentro comenzaron los disparos. Me asusté y me hice un ovillo en el asiento mientras el Alquimista reanudaba la marcha a toda velocidad.
— ¡¿Nos están disparando?!
— ¡No te preocupes, estos coches son muy duros y fiables!
Una de las balas atravesó la luna trasera dejando un agujero en la misma y en el techo, dado el ángulo desde el que nos dispararon.
—Bueno, los cristales no son a prueba de balas—dijo él.
Salimos a toda velocidad por las calles circundantes dando bandazos y haciendo chirriar las ruedas. Desde luego ya no era una huida silenciosa. Era, más bien, desesperada.
— ¿Por qué te quieren atrapar?—me preguntó.
— ¡Porque tengo dos poderes!—grité asustada por uno de los giros bruscos.
— ¡Eso es absurdo!—dijo él mientras daba otro giro rápido. Yo di un grito.
— ¡Es la verdad! Tengo dos poderes. Quería ocultarlo para que me dejaran en paz, pero esa maldita vieja me ha delatado.
Otro bandazo y el motor rugieron. Había un control delante, pero el Alquimista se llevó la barrera por delante ya a los guardias los dejó atrás.
— ¡Te juro que es la verdad!
—Esa no es la razón por la que te quieren pillar. Tener dos poderes no es tan raro.
—Sí que es raro. ¡Deja ya de dar bandazos!
— ¡Lo siento! Este coche tiene la tracción trasera y aún no le pillo el tranquillo.
Salimos de la zona de influencia de La Paz rápidamente.
—No hay muchos que tengan más de un don.
—Te equivocas. Hay bastante gente que tiene dos poderes.
— ¿Pero qué dices? Los guardianes solo suelen tener uno.
—La mayoría lo ocultan por miedo, igual que tú. Por eso la gente piensa que hay muy pocos, pero no es verdad. Yo mismo, por ejemplo. Tengo dos poderes.
—Ya lo he visto. Fuerza y velocidad. Tienes los poderes de un superhéroe.
—Si tú lo dices…—echó un vistazo atrás por los espejos retrovisores. —Parece que no nos siguen. Te llevaré a un lugar seguro.
—Muchas gracias por sacarme de allí.
—De nada. A mí tampoco me gusta mucho ese sitio.
—Prefieres ir por libre, ¿verdad?
—Así es. Lo de tener que trabajar para otros tan solo por un plato de comida caliente y una cama donde dormir no me parece vida.
—Ya. Pues yo prefiero eso a dormir en una ciudad vacía con un ojo abierto por si me ataca algún esclavista.
—Intuyo que quieres intentarlo otra vez con otro de los reyes de la ciudad.
—Intuyes bien—no tenía otra opción. O al menos no la veía.
—Te aconsejo que, antes de intentarlo, pienses cómo ocultar lo de tus poderes. Porque es evidente que te quieren por ellos.
—Tan solo puedo manipular el fuego.
— ¿No dijiste que tenías dos?
No quería revelar mi segundo don. Era algo que casi nadie conocía. Quería conservarlo en secreto porque era el más fácil de ocultar. Sin embargo, él ya me había salvado dos veces, así que di un salto de fe.
—Puedo ver otros espíritus guardianes—dije a media voz, como para quitarle importancia.
— ¡¿Qué?!
Otro volantazo hizo que casi saliera despedida del coche. Menos mal que la puerta estaba cerrada.
— ¡Los ojos en la carretera! —espeté.
— ¡Joder, Raquel! ¡Eso deberías haberlo dicho antes!
— ¿El qué? ¿Lo de que tengo dos poderes?
— ¡No! Lo de que puedes ver a los guardianes. Esa es la verdadera razón por la que te quieren atrapar. Es uno de los dones más codiciados.
— ¿Ese? ¿Y por qué?
—No sé porqué, pero sí sé que es muy importante. Hiciste bien en mantenerlo oculto.
— ¿Pero no acabas de decir que debería haberlo dicho antes?
—Era un decir, mujer. No lo reveles a nadie. Y te aconsejo que antes de intentar ingresar en el territorio de otro de los reyes pienses bien cómo puedes ocultar ese don. Porque si se dan cuenta, o se corre la voz, tu vida se va a complicar mucho.
Cuánta razón tenía.
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