Capítulo VII.

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F.M.A. y Amelia, se comieron los bocadillos con ganas.
El chopo que les ofrecía su sombra generosamente, notó que esa sustancia incolora, invisible y aleatoria que se adhiere a la piel y penetra hasta llegar al cerebro, llamada amor, les había unido. Los árboles tienen un sentido especial para saber de estas cosas, llevan miles de años observando a los humanos desde sus atalayas.
F.M.A. y Amelia se despidieron allí mismo, cada uno debía volver a su trabajo. Pero el chopo fue testigo de que sin decirlo, ambos regresarían al banco que había al lado de su tronco para verse.
Y así fue. Primero llegó Amelia, después de cerrar la tienda. El árbol la observó desde lejos, como flotando, sus pasos eran ingrávidos, sonreía a la vida, a mitad del camino dio unas cuantas vueltas sobre sí misma, se diría que jugaba con sus brazos a abrazar el aire que le daba vida. Llegó al banco, se sentó.
-Eres un chopo muy guapo. – ¡Pero si me está hablando! El árbol alucinaba en colorines.
No había salido de su estupor, cuando observó en la otra esquina del parque la figura de F.M.A – Ahí viene Romeo, se dijo para sí. También venía como flotando, y al igual que Amelia, giró varias veces sobre si mismo, hasta que se dio cuenta de que ella ya estaba en el banco esperando.
-¿Cómo por aquí? Preguntó F.M.A. azorado cuando se percató de que ella estaba en el banco.
-Pues ya ves, creo que hemos tenido la misma idea.
Las ramas del chopo se sonrieron entre ellas.
– Es…, es…, estupendo. Titubeó F.M.A sentándose muy cerca de Amelia.
Hubo un silencio amable durante un rato, ambos estaban saboreando el placer de la compañía de alguien a quien añoras. F.M.A. fue el primero en romper el silencio.
-¿Quién me iba a decir hace unos días que tras el susto de llegar a mi casa, encontrarme un cadáver, la coincidencia de que ese cadáver tenga mi adeene, y la presión que he tenido en el pecho al ver esa figura del camión en el escaparate de la tienda en la que trabajas, me iba a encontrar aquí ahora en este banco contigo?
Amelia le tomó las manos mientras le decía: No nos precipitemos, démonos un tiempo para ir asimilando esta catarata de acontecimientos.