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Las inmediaciones del hospital estaban repletas de pequeños tenderetes donde la gente hacía trueques con las cosas aprovechables que encontraban por la ciudad. Una especie de mercadillo, pero tan desorganizado e improvisado que parecía sacado del Medievo.
Llevamos a los heridos al interior del hospital para que los atendieran. Ellos ya tenían documentación como residentes locales, por lo que no se les cobraría por la atención médica. Era una práctica habitual entre los reyes de la ciudad para atraer gente y, de esa forma, ganar más poder. A la población le venía bien esa clase de competencia en cuanto a los servicios básicos, pero no es oro todo lo que reluce. Ser considerado residente significa que tienes que vivir en el territorio y desempeñar algún trabajo u ofrecer un servicio a la comunidad. Había granjeros trabajando en los campos al norte, guardias que un día fueron policías, varios enfermeros, unos pocos médicos y variadas profesiones. Algo que tenía bastante bueno aquel lugar era que disponía de un ingeniero eléctrico que se encargaba de mantener una subestación eléctrica cercana y una central hidroeléctrica, con la que podían abastecer de electricidad a varios edificios. Algo así era muy difícil de mantener, por lo que los reyes llegaron a un acuerdo inquebrantable de colaborar en la protección de esas infraestructuras para servirse de electricidad. Por eso la presa y la subestación eran los únicos sitios donde se podían ver a guardias de todos los reyes custodiando el lugar en perfecta armonía aunque tuviesen sus rencillas. Que siempre las tenían.
— ¡Cargadores para móvil! —exclamó nuestro salvador al ver la zona de carga de dispositivos frente a al punto de información.
—Es para residentes —dijo la recepcionista.
Él hizo un gesto de frustración y enseguida se volvió con una amplia y falsa sonrisa.
— ¿No se puede hacer una pequeña excepción? He traído a dos de los vuestros.
—Sin documentos no se pueden usar los servicios.
—Oh, venga, déjale —dijo uno de mis escoltas mientras presentaba su documentación para poder ser atendido. —Le ha dado una paliza a unos esclavistas del rey del este. Se lo merece.
—Está bien. Lo apunto como un uso tuyo. ¿Y tú, qué puedo hacer por ti? —me preguntó.
—Yo venía a solicitar la residencia. Me gustaría vivir aquí.
—Buena elección. Tenemos servicio médico con un magnífico doctor, alojamiento, comida y uso razonable de electricidad para pequeños dispositivos y electrodomésticos. A cambio solo necesitamos que aportes tu experiencia y conocimientos en alguna labor. Si no tienes estudios aplicables a lo que necesitamos se te asignarán tareas comunes. El horario laboral será de 42 horas semanales. Pueden ser divididas en diferentes turnos dependiendo de las necesidades. ¿Estás de acuerdo?
—Erm… Sí, sí, claro. No hay problema.
La recepcionista sacó un papel y comenzó a apuntar mis datos a medida que me los solicitaba. Hizo hincapié en mi experiencia laboral y poco más. No parecía muy contenta de disponer de una enfermera más, ya que ya tenían suficientes. Pero a mí me daba igual que me pusiesen a limpiar pasillos si querían. Solo deseaba poder vivir en un lugar tranquilo y cómodo.
—Muy bien. Haz el favor de esperar unos minutos ahí —señaló unas sillas de plástico. —Enseguida te atenderá Madam Saphire.
— ¿Madam?
—Es un paso obligatorio. Madam Saphire tiene que verte para conocer detalles sobre tu poder. Espera unos minutos. Enseguida te llamamos.
La recepcionista se retiró a un despacho ubicado detrás y yo me quedé helada. Me pareció un poco raro que no me hiciese ninguna pregunta sobre mi poder. Era algo completamente normal, pero no lo habían hecho y eso era muy raro. Ahora entendía el porqué. Tenían a alguien con un poder perceptivo que podía averiguar cosas de mí. Y eso… era un gran problema.
Fui a los asientos y deambulé de un lado a otro a paso rápido y trayectos cortos. Estaba nerviosa. Muy nerviosa. Aquello cambiaba todo. Estaba convencida de que solo tendría que indicar el poder de mi espíritu acompañante, sin dar muchas explicaciones. Pero que tuviesen una especie de vidente no me lo esperaba. Si averiguaba la verdad me podía meter en un gran problema. Pero si me marchaba ahora sería demasiado raro, levantaría sospechas. ¿Qué podía hacer?
—Te podrías estar quietecita. Me estás poniendo nervioso —dijo el Alquimista. Aún no sabía su nombre ni su poder. Pensé que allí mismo nos separaríamos, cuando lograse obtener los papeles.
Me equivoqué en todo.
—Perdona —me senté, pero mis rodillas seguían moviéndose nerviosamente. — ¿Tú no solicitas la residencia?
—Nah. Paso. Voy bastante bien por libre.
— ¿Por libre? Pero si la ciudad está en ruinas. Apenas hay comida en ningún sitio. Y encima los esclavistas campan a sus anchas. ¿Cómo puedes sobrevivir tú solo ahí fuera?
—Al principio es un poco duro, eso es verdad. Pero luego te das cuenta de que la vegetación se está abriendo paso a través del cemento y los animales se han expandido hacia el interior de la ciudad debido a que apenas hay actividad humana. Ya es habitual encontrarse con alguna liebre, zorros o incluso corzos. La semana pasada me encontré con un jabalí. Si aprendes a cazarlos consigues comida para ti y para hacer algún trueque. Al final resulta bastante rentable. Más que estar al servicio de otro tío.
—No todos sabemos cazar ni defendernos como tú.
—Todo el mundo puede aprender a hacer ambas cosas con suficiente eficiencia. Solo tienes que conocer bien tus habilidades y pensar cómo aprovecharlas.
—Mi poder no es tan bueno como el tuyo.
—No hay poderes buenos ni malos. Tan solo campos en los que se puede aprovechar mejor que en otros.
— ¿Raquel?
Una voz femenina fue la que dijo mi nombre. Enseguida levanté la cabeza y acudí a su encuentro. No era la recepcionista, sino una chica algo más joven y con una gran sonrisa. Parecía contenta de estar allí. Todo lo contrario que yo, que ya me estaba arrepintiendo de haber emprendido aquel viaje.
La chica me guió por unos pasillos hasta una habitación. En su día supongo que habría sido una consulta médica, pero ahora estaba completamente irreconocible. Olía fuertemente a incienso, la luz provenía de unas velas y la ventana estaba por una montaña de trastos acumulados. Trastos que también ocupaban buena parte del suelo y el resto de paredes. La estancia era muy preocupante. Cualquiera de esas velas podría originar un incendio con tanto objeto inútil saturando todo rincón.
Una anciana desaliñada, traje negro y sombrero con velo de rejilla me invitó a sentarme en la única silla que había delante del escritorio que alguna vez perteneció a un doctor. Yo obedecí sin mediar palabra. Pensé que cuanto menos hablara, mejor.
—Dime, jovencilla, ¿por qué has venido a La Paz?
La pregunta parecía inocente. No le vi ninguna importancia.
—Busco un lugar seguro donde quedarme. De donde vengo yo la cosa se ha torcido bastante. Hasta el punto de convertirse en un infierno. Era irme o acabar muerta.
—Entiendo. Desde la venida de los ángeles el mundo ha cambiado bastante. Muchos han perdido el rumbo. Se ven perdidos y toman tenebrosos senderos llenos de odio y ansias de poder.
Ángeles los llamó. Resultaba evidente que aquella anciana no estaba bien de la cabeza.
—Pero aquí estarás a salvo. Bajo la protección de nuestro gran rey, podrás vivir sin ningún temor. Tu alma hallará la paz.
—Si usted lo dice…
Abrí la boca para decir lo que justamente se me pasaba por la cabeza. Me arrepentí en ese mismo momento, aunque la mujer no le dio importancia.
—Pero, para poder admitirte en nuestra comunidad, primero tengo que ver el don de tu guardián. He de conocer sus intenciones, su potencial, para saber si puede suponer un peligro para ti o quienes te rodean.
Desde luego que estaba como una regadera. Los espíritus acompañantes no son libres de hacer lo que les venga en gana. Vale que cada uno tenga una motivación o un deseo particular que puede ser distinto al de la persona que acompaña, pero en ningún momento pueden ir por ahí. Todos están ligados a alguien. Tienen la capacidad de elegir si conceden su poder o no. Poco más. Aquella mujer no tenía ni idea sobre los espíritus. Veía el mundo a través de un cristal demasiado empañado.
—Mi espíritu es elemental —dije. Preferí ir de frente con una verdad para dar confianza y así no indagase más. —Puede manipular el fuego.
—Oh, ese es un don muy poderoso. Dominar las llamas resulta de gran utilidad —se rió.
Hasta ese momento su poder me había servido para encender hogueras con las que calentarnos y cocinar en mi antiguo asentamiento. Nada del otro mundo.
—Déjame tu mano —me dijo.
Me mostré un poco reticente.
— ¿Para qué?
—Leyendo tu mano puedo saber algunas cosas más sobre tu guardián. No te preocupes, no voy a hacerte ningún daño.
No entendí la relación de una cosa con la otra. Estaba claro que mi mano no iba a dar ningún detalle sobre las capacidades de mi espíritu. Aunque si esa loca pensaba lo contrario, me vendría bien. Accedí y le tendí la mano. Ella comenzó a examinarla como si realmente estuviera leyendo algo o viendo algún patrón revelador. Una gran actuación por su parte. Mucho más de lo que pensé en un principio con ironía. Enseguida vi cómo funcionaba realmente la entrevista. Percibí movimiento por el rabillo del ojo, a mi derecha. No era mi espíritu, el cual se mantenía detrás de mí. Era otra cosa. Otro espíritu. El de la mujer. Era una figura negra de pies a cabeza. Con la forma de un humano, pero sin un solo rasgo característico. Se parecía a la sombra proyectada por alguien y que había cobrado vida. Me controlé en todo momento para no girar la cabeza ni desviar la mirada, pero estuve atenta a lo que sucedía. La sombra examinó a mi espíritu. En ningún momento los dos se dirigieron una sola palabra. Siempre me había resultado curioso ese detalle. Podían verse, pero en ningún momento solían dirigirse la palabra. No era una ley impuesta que se lo prohibiese. Mi espíritu me confesó una vez que, simplemente, no tienen nada que decirse. Supongo que, cuando estás al otro lado, algunas cosas son muy diferentes a las nuestras.
Casi me quedé sin respiración cuando noté que la sombra había creado un fuego en la palma de su mano. ¿Otro elemental? ¿Por qué una mujer con un espíritu elemental estaba encargada de ver los poderes de los demás? La sombra se acercó a la anciana y se agachó para hablarla al oído. Tenía la voz débil, pero con el silencio reinante y la cercanía pude distinguir sus palabras.
—Dice la verdad —dijo. —Domina el fuego.
Ya lo entendí. No era un espíritu elemental, era un imitador. Adquiría el poder del espíritu que podía tocar, de esa forma averiguaba los poderes de cada uno. ¡Ese era el truco!
Tal fue el impacto que aquella revelación produjo sobre mí que, inconscientemente, dirigí mi mirada al espíritu. Fue mala suerte que justo en ese momento tanto él, como la mujer, se dieron cuenta del detalle. Volví mi atención sobre ella para disimular.
—Puedes verlo.
Pero ya era tarde.
— ¿Ver el qué?
—A mi ángel.
—Sí. Puede verme —dijo este.
— ¿Qué ángel?
Se me escapó una risa nerviosa. Típica de cuando cuentas una mentira que ni tú misma te la crees.
—Elemento y percepción. Esos son los dones de tu guardián.
—Solo puedo encender cigarrillos. Nada más.
—Mientes.
Aparté la mano rápidamente y me levanté.
—Tengo que irme.
— ¿A dónde vas, jovencilla?
—Al baño. Tengo que ir un momento al baño. Si me lo permite.
Salí rápidamente de esa angustiosa consulta plenamente consciente de la situación. Ambas sabíamos que, ni yo iba al baño ni ella iba a quedarse de brazos cruzados.