El juglar (Quinta Parte y final) by Jorge Daza

Imagen tomada de Pixabay

Sorteamos las tumbas del páramo yermo hasta llegar al esqueleto de un gran roble. Mi maestro se apoyó en él y cruzó los brazos.

– Recuerda lo que te he dicho – me dijo -. Ahora repite el hechizo que aprendiste.

No entendí porqué llevarme tan lejos para hacer lo que ya había hecho antes. Aun así comencé con el primer elemento.

– El agua – dijo -, templanza y sosiego. La dulce calma de un arroyo que reconforta el alma. El aire, dinamismo y acción. La suave brisa de verano es capaz de mover la hierba calmada de una verde pradera así como el corazón de los hombres. El fuego, impetuoso e impredecible. El sentimiento que subyace tras cada acción, capaz de dar la motivación necesaria a un hombre o consumirle por dentro sirviéndose del ansia. Y finalmente la tierra, firmeza, voluntad. Una buena roca servirá de cimiento para un castillo que se construirá con sentimiento, acción y paciencia. Sin una voluntad sólida que respalde el objetivo de un hombre se derrumbaría como un castillo de barro.

Para cuando terminó de hablar yo ya había formado la esfera blanca y la mantenía con cierto esfuerzo. Sin embargo había algo nuevo y extraño. Empecé a notar algo en su interior.

– Lo sientes, ¿verdad? Una quinta esfera en el centro de las cuatro, formada por sus compañeras y ajena a tu voluntad y energía. El quinto elemento. Aquel que alberga los otros cuatro en perfecta armonía – la noté palpitar en mi mano con fuerza y ritmo -; la vida. Es el elemento más importante de todos, y el más difícil de controlar. Con el fuego, el aire, el agua y la tierra puedes tanto crear como destruir cualquier cosa, repararla o degradarla. Pero ninguno de ellos es capaz de hacer lo que hace el quinto. Con él puedes sanar a la gente, puedes marcar la diferencia entre la vida y la muerte. Si lo dominas serás capaz de recuperar a quien más quieras – pensé en Sune, en curarla cuando se hiciese daño, en cuidarla con mayor eficiencia, en protegerla de todo mal. Sonreí lleno de emoción -. Sin embargo su poder es también el más peligroso – sus palabras me helaron la sangre.

Mi sonrisa se esfumó al sentir escalofríos, al sentirme observado, al notar una densa bruma invisible rodeándome. El miedo me invadió, y no sabía por qué. Mantuve la concentración y la esfera blanca permanecía en mi mano.

Vi sombras acercarse desde todas direcciones. Formas humanas traslúcidas que venían a mí atraídos por la luz de mi hechizo. Quedé petrificado de terror. Hombres y mujeres ya difuntos venían a mí, me susurraban, me suplicaban: «arroja la vida«, decían, «destrúyela«. Mas yo me negué con la cabeza. Una mujer joven y bella se puso a mi lado y me miró con tristeza. Ella fue la única que no dijo nada. Solo me observaba con condescendencia.

– Tira la esfera, niño – dijo la voz tétrica del alma de un hombre que se acercaba frente a mí radiando odio y desprecio. Las marcas de su muerte que aún permanecían en su rostro me infundían terror, y sin embargo tuve la valentía de negarme – ¡Tírala! – gritó.

– ¡No! – espeté cerrando los ojos. Aun así noté cómo el espectro acercaba su cara a la mía hasta casi tocarse.

– Despréndete de la esfera. Tírala con fuerza, lejos de ti – seguí negándome tal y como me dijo mi maestro – ¡Maldito niño, he dicho que la tires! ¡Libera los elementos! ¡Libéranos a nosotros! ¡Lanza el hechizo que no te pertenece! ¡¿Te crees que puedes ser el juez que elija quien vive y quien muere?! ¡No tienes derecho a decidirlo! ¡No es justo! ¡Tírala!

– ¡He dicho que no!

Dejé de notar su rostro frente al mío.

– ¡Maldito juglar! ¡Esto es obra tuya, ¿verdad?! – me giré y abrí los ojos. El fantasma se había encarado con mi maestro y le gritaba desafiante. En cambio mi maestro se siguió apoyando en el árbol con los brazos cruzados, negándose a participar. Dudé sobre si veía al fantasma o era solo yo, pero su gesto lo dejó bien claro. Ladeó la cabeza y desvió la mirada para evitar los ojos refulgentes del difunto – ¡Tú le has enseñado el hechizo! ¡¿Es que crees que podrá controlarlo?! ¡¿Es que crees que este crío conseguirá aquello en lo que vosotros fracasasteis?! ¡Eres un iluso si piensas eso! ¡Un estúpido iluso! ¡Como tu maestro, y el anterior a él! ¡Todos vosotros fallasteis! ¡Sois todos unos fracasados!

– ¡Eso no es verdad! – intervine fervoroso, mas de inmediato me arrepentí.

El fantasma se giró violentamente hacia mí y gritó con más fuerza aún.

– ¡Pues tírala, niño cobarde! ¡Demuestra que me equivoco! ¡Lanza el hechizo y haz lo que tu maestro fue incapaz de hacer en su momento! ¡Tírala!

– ¡No!

No había sentido tanto miedo en mi vida como aquella noche a punto de cerrarse. Rodeado de apariciones de muertos pidiendo que cediera, aquel colérico espectro gritándome y la pasividad de mi maestro. Ignoro cómo pude retener la esfera y no estamparla contra el suelo para que me dejaran llorar tranquilo. Mi mano seguía inmóvil radiando la luz blanca y mis lágrimas brotaron como manantiales. En cambio seguí negándome instintivamente a cumplir sus deseos.

Aquel hombre puso de nuevo so rostro deformado a golpes delante de mí. Su labio inferior colgaba a jirones y sus ojos descarnados parecían estar a punto de salirse de las cuencas. Apenas vi más detalles de su cara ya que las lágrimas pronto me empañaron la vista.

Sin embargo, para mi sorpresa, el espectro me habló en tono relajado, aunque sumamente frío.

– Tú ganas, niño. Te propongo un trato…

Aún recuerdo con claridad sus palabras y el miedo vuelve a mí al formarse el rostro del difunto en mi mente. Pero es por esa promesa por la que me encuentro ahora, doce años después, con la esfera blanca radiando otra vez en la palma de mi mano. Apenas puedo mantener una rodilla en el barro. Las heridas que me han causado están a punto de derrumbarme. Alzo la vista por debajo de mi capucha negra. La lluvia intensa y la noche espesa casi no me dejan ver a unos pocos metros de mí, lo que la luz de la esfera y un par de antorchas alumbra con timidez. Estoy rodeado de soldados blandiendo sus espadas y protegidos con sus armaduras carmesí.

Siento frío, pero no es la noche, es la muerte que se acerca. He estado un largo minuto con la rodilla en el suelo preparando el hechizo y juntando fuerzas para el movimiento final. Ya es la hora. Unos pocos soldados estrechan el cerco vacilantes. Grito al cielo al mismo tiempo que me pongo en pie con un gran impulso y arrojo la esfera blanca a las nubes negras por encima de mi cabeza, tal y como quería el espectro de mi infancia. Sin mi control la esfera pierde el equilibrio y se produce una intensa luz en el punto más álgido. La esfera se destruye con un fogonazo que ilumina durante un instante la noche y a todos los soldados que me rodean y que dan un paso atrás temerosos. En realidad no han de temer a la luz. No ha pasado nada. Pero sonrío victorioso. Deberían temer a la oscuridad que le sigue, ya que algo está a punto de suceder. Miro a mi alrededor. Más y más soldados empequeñeciendo el círculo donde me tienen apresado. Pobres ilusos. Estúpidos mercenarios. Estúpida… ¡Sune! ¡No! ¿Qué hace ella aquí? ¿Por qué no se ha ido? Puedo verla escondida tras la esquina de un callejón cercano, observándome aterrada. ¡Idiota, huye! ¡Maldita gata!

Miro al frente para no delatarla. El capitán de la guardia se acerca a mí, pero le miro desafiante. No es a él a quien le tengo miedo. Temo a lo que se acerca. Cierro los ojos y suplico en silencio. No por mi vida, sino por la de Sune.

Abro los ojos de súbito. Lo siento, siento ese frío intenso recorriéndome el cuerpo y ese terror atroz que me invade el alma y me corta la respiración. Ya los veo, saliendo lentamente de las sombras por todas partes.

Dioses, escuchad mi plegaria, me da igual lo que me pase a mí, pero por favor, que no vean a Sune…

Jorge Daza Martín

Jorge Daza Martín (Madrid, España)

Nacido en Madrid, en 1981. Técnico Microinformático de profesión. Ha trabajado en importantes empresas como Banco Popular, Banco Santander y Telefónica. Escribe por afición desde la adolescencia y publicó su primera novela, Ibero, comedia de acción y hombres lobo,en septiembre de 2018. Y la segunda, Sin Whisperers, inspirada en la Divina Comedia, en 2020. Ambas de fantasía paranormal, orientadas a un público joven y publicadas bajo el sello de la Editorial LXL. También ha colaborado en la antología benéfica Libertad de la misma editorial con el relato corto de corte futurista llamado Alma.

Aunque las  dos novelas que han visto la luz son para jóvenes adultos, el autor también explora otros géneros como la fantasía, el suspense y la ciencia ficción, teniendo en todas ellas un estilo particularmente visual y centrado en unos personajes bastante humanizados y cercanos.

Actualmente compagina su trabajo escribiendo novelas de diversas temáticas y experimentando con guiones de televisión.

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