
A las 15:00 horas apagó el ordenador dando, de este modo, fin a su jornada laboral, salió de su despacho – instalado en su vivienda – y se dirigió a la cocina para comer y, tras descansar media hora, se dispuso a iniciar su tiempo de ocio. Para esta tarde tenía previsto hacer un poco de deporte, con su monitor virtual, y tras ducharse planearía el resto de tarde – noche (cervezas con amigos en virtual, una película, un concierto, leer o, quizá, intentar tener un contacto de roce gozoso).
Tras el descanso se tomó un café y se dispuso a para hacer deporte; se vistió con pantalón y camiseta apropiadas para la acción a realizar. Se coloca el casco que le traslada de realidad, a lo que algunos llaman “metáfora del mundo real” aunque él y la mayoría de la población (de lugares desarrollados) consideran como metáfora lo que se aparta de los pixeles, la realidad cruda. Introduce con el movimiento de sus ojos el usuario y la clave necesaria para el acceso (en cada ocasión es distinta) cinco minutos antes de iniciar la actividad, espera, de este modo, poder charlar con alguna de las chicas y tentar la posibilidad de contactos posteriores. En ese momento sucedió algo que él había olvidado, no lo tenía registrado en su memoria, la pantalla le devolvió un “no figura en nuestra base de datos”. Haciendo un esfuerzo recordó que cuando era un niño, antes de la Gran Crisis, con apenas seis años, esta situación no era extraña y desde el Estado se inició el cambio en el paradigma de vida y trabajo; se potenció la seguridad, el control, la velocidad y funcionalidad de las redes de interconexión e hicieron desparecer cualquier posibilidad de fallo o error, lo que permitió nacer un nuevo sistema de vida y negocio integrados en el que todo se mueve por cables de fibra e impulsos de bits.
El mensaje, sobre fondo negro, que aparecía ante sus ojos le desconcertaba. Contrariado por esa disfunción procedió a apagar y encender todo el sistema, nada, seguía igual; a continuación, apagó la conexión de red, esperó cinco minutos y la volvió a encender, el resultado fue el mismo, no conseguía “enganchar”. Pensó que sería un fallo local de red, algún nodo que no le daba el servicio que pagaba religiosamente y del que dependía toda su vida, esperaba que se quedara en eso, en un fallo ocasional.
A lo largo de la tarde y la noche la vida se le fue complicando a cada paso, intentó realizar la compra de la cena, acceder a la plataforma de entretenimiento, tener relaciones sexuales, leer un libro, …, ¡imposible!; no era capaz de acceder a ninguno de los servicios integrados, lo intento con todos, los de la administración, los del banco, plataformas de compra, …, en todos recibía la misma respuesta, sobre un fondo negro la leyenda: “no figura en nuestras bases de datos”.
Reseteó todo el sistema inteligente que integraba su vida, comprobó la conexión, desinstaló e instaló todas las aplicaciones y siguió apareciendo el mismo y estúpido mensaje: NO FIGURA …
No conocía a nadie que hubiera pasado por una situación similar, ignoraba que hacer, no estaba preparado para algo así, no poder acceder a la red implicaba no poder vivir; al menos como un ciudadano decente.
Realizó un último intento y se volvió a conectar para acceder al Ministerio de Integración de la Realidad. El mensaje que apareció fue el mismo, pero también aparecía, sobre el negro del fondo, un teléfono acompañado de una leyenda que decía: “en caso de emergencia llame a este número”.
Siguió el consejo y llamó. No le contestó ninguna voz naturalizada para realizar el filtrado inicial, lo que le sorprendió; no, fue una persona de carne y hueso, no un automatismo, se sintió aliviado y, tras explicar lo que le estaba sucediendo, el operador le citó para el día siguiente a las 13:00.
Intentó entretener el tiempo como pudo, miró por la ventana hacia la calle, vacía; no podía hacer nada, no podía hablar con nadie, no podía quedar con nadie, no podía abandonar la realidad física para subirse a la alegoría perfecta de la vida acudiendo a un bar, buscando un contacto, …, ni siquiera podría cenar hoy y la realidad palpable estaba desierta, ya nadie frecuenta las calles – excepto los repartidores -, la vida se mueve en la metáfora de la red, no en los baches y agujeros de calles desiertas.
Al comienzo del día los problemas, si aún era posible, se habían acrecentado, hoy ni siquiera había podido fichar cuando se dirigió, después de desayunar y asearse, al despacho, encendió el ordenador e introdujo, como llevaba haciendo años, las claves de acceso a su puesto de trabajo que al tiempo servían de testigo del inicio de la jornada laboral, la pantalla le devolvió el mismo mensaje: No figura en nuestra base de datos.
Se encontraba excitado, irritable; la angustia y el cortisol subían sin límite, la falta de aire y de claridad en su cabeza le hacían pensar que realmente él, también, era un compuesto de pixeles, comenzó a perder de vista la realidad cuando en su reloj sonó la alarma que había puesto el día anterior, tenía que salir hacía la O.I.V.D. (Oficina de Integración de Vida y Datos). Introdujo la cabeza debajo del grifo, abrió el del agua fría y consiguió la claridad suficiente para, con la incomodidad de no poder solicitar permiso en el trabajo, ir en busca de la solución de sus problemas. En la calle activó la aplicación de geolocalización (gracias que no necesitaba identificarse) e introdujó la dirección en la que tenía que presentarse en, un tiempo máximo, de hora y media.
Comenzó a seguir las instrucciones de una voz metálica, electrónica, que intentaba parecer amable y sin sexo: “camine cien metros, gire a la izquierda, camine otros 200 metros, espere al autobús de la línea 3, súbase y baje en la sexta parada, camine 10 metros y gire a la derecha, camine 147 metros y gire, de nuevo, a la derecha, camine 200 metros.
La aplicación le anuncia: ha llegado a su destino”.
Abre la doble puerta, supera el escáner de seguridad y accede a la oficina, pintada toda de blanco, mobiliario en gris claro, de uno 40 metros cuadrados. Un mostrador hace de frontera entre los dos espacios como si fuera una barrera infranqueable, el dedicado a los administrados, de unos 10 metros cuadrados y el que ocupan los trabajadores (pensó que era extraño ver una oficina con personas trabajando juntas, no era lo habitual); sobre le mostrador gruesas mamparas de protección con pequeñas aberturas en su parte inferior para el tránsito de documentos y voz.
Una vez dentro se dirige, a lo que el intuye, como un trabajador de ventanilla (se encuentra parapetado detrás de la pantalla del ordenador impidiendo cualquier contacto visual):
- Buenos días.
- Buenos días
- Tengo cita para las 13:00
- ¿Es usted el que llamo ayer tarde?
- Sí
- ¿Cuál es su problema?
- Como le comenté es como si no existiera, toda aplicación, pública o privada, cuando intento acceder a ellas, me devuelven el mensaje de que no figuro en su base de datos; no puedo acceder a mi trabajo, no puedo operar con el banco, ni con las administraciones, ni con las páginas de contactos, ni siquiera con las de juegos.
- Bien. En principio parece una falta de integración, cuestión que nos corresponde, necesito que me indique sus números de integración de vida y procederé a realizar una búsqueda global fiándome de que los datos que usted me facilita son correctos. La aplicación si, realmente, hay algún fallo lo detectará y, posteriormente, lo corregirá. El proceso durará en torno a media hora, puede usted esperar aquí o volver transcurrido ese tiempo.
Tras recitar los números se sienta en una silla dispuesto a dejar transcurrir esa media hora con tranquilidad, pero poco a poco la congoja se apodera de él; se hace consciente de que si no se soluciona el problema equivaldría a dejar de existir; no podrá trabajar, ni pagar la comida, ni chatear con los amigos, ni acceder a la televisión, tener sexo, nada, no podrá hacer NADA. Se convertirá en un paria, un excluido, había oído hablar de personas que estaban en esa situación pero no conocía a nadie en la misma, no era capaz a imaginar cuál sería su vida y un escalofrío le recorre el cuerpo y le eriza el vello. No quiere imaginarlo, no tiene capacidad para ello.
Cuando los nervios ya le impedían estarse quieto y comenzaba a temblar de forma compulsiva escucha la voz del funcionario.
- Ya puede acercarse.
- ¿Se ha solucionado el problema?
- No puedo decirle tal cosa. Tras un rastreo por todas las bases de datos públicas y privadas, búsqueda de posible identidad o actuaciones realizadas a través de administraciones o empresas privadas solamente puedo decirle que usted no figura en ninguna de ellas. No aparecen transacciones bancarias, ni pagos de nóminas, ni pagos de impuestos, sencillamente no aparece en ningún lugar y la prospección se ha realizado para los treinta y cinco años que nos dice que tiene.
- Pero, pero, …, eso es imposible, imposible de todo punto, estoy aquí, llevo trabajando en la misma empresa 6 años, estuve en otra, anteriormente, 5 años y en otra antes, he pagado mis impuestos religiosamente, puedo decirle el colegio, el instituto y la universidad en los que estudié. ¡ESTOY AQUÍ!, usted me está viendo, no puede decirme que no figuro en ninguna base de datos.
- No me levante la voz, ya debería de saber que nuestras aplicaciones, además de extremadamente seguras, nunca cometen un fallo, son indefectibles, así lo llevan demostrando desde la gran crisis, desde entonces nunca se ha registrado un error. Pero, espere un momento, voy a consultar a mi superior por si se le ocurre alguna solución.
El funcionario se dirige hacia una mesa situada en el extremo derecho, lo más alejada posible del mostrador donde habita su jefe. Explica las circunstancias del interesado sabiendo cual va a ser la respuesta, él le dirá que, como en otros casos, que es una incongruencia y hay que actuar de acuerdo al protocolo habitual y así sucede; se levanta, serio, y se dirige nuevamente al mostrador.
- Bueno, tras exponer el caso hemos llegado a la conclusión de que usted es una incongruencia.
- ¡Cómo que soy una incongruencia!
En ese mismo instante, coincidiendo con la palabra incongruencia, el funcionario pulsa la tecla intro en su ordenador.
Se escucha un sonido sordo, como el descorchar de una botella, y en el centro de la frente del interesado aparece un agujero, calibre veintidós.
La incongruencia está resuelta, el sistema sigue sin registrar errores.

Carlos Campelo García, nació hace cincuenta y tres años en Benavides de Órbigo, un bello pueblo de la provincia de León (España).
Cursó sus primeros estudios en el colegio de dicho pueblo, los continuó en el colegio de Padres Dominicos de la Virgen del Camino y finalizó el bachillerato en el instituto de Veguellina de Órbigo. Estudió lo que hoy sería el Grado en Historia en la Universidad de León y actualmente está elaborando su tesis doctoral en esta misma Universidad.
Apasionado por la escritura, ha colaborado como autor en las antologías «Historias para hacer historias» (Pi-ediciones, 2016) y «Artistas de León al rescate de Concha Espina» (Lobo sapiens, 2020). Es autor de «Solo un nombre» (Lobo Sapiens, 2019). Participa activamente de los acontecimientos culturales y literarios de la ciudad de León, muy especialmente como asiduo colaborar con «Cuento Cuentos Contigo», evento mensual dedicado a la narrativa.
Ha trabajado desde los veinticinco años como administrativo hasta la actualidad