
Amaneció el día extrañamente soleado, Doña Águeda con un vaso de plástico que contenía un chocolate deslavazado pero reparador y con una manta grisácea pero acogedora cubriendo sus hombros. Estaba sentada en un banco del refugio donde les habían evacuado cuando se desató la una gran tormenta. Los relámpagos y los truenos se daban el relevo intensamente, de la mano acompasados abruptamente por una intensa y torrencial lluvia empezó arrollarlo todo rambla abajo. Tenía la mirada ausente, y en su cabeza ya lenta por esos noventa años, que acopiaba, rondaba su angustia por su humilde casa, esa que tanto esfuerzo le costo hacer a su ya fallecido marido Mauro terminar, donde se sucedió su matrimonio, su vida, donde nacieron sus hijos, donde nietos y biznietos correteaban cada vez mas de tarde en tarde haciendo de la soledad su única compañía.
La tormenta nocturna hizo que su vida ya tan repleta de dolorosas ausencias, se quedará ya como envasada al vacío sin nada que la acompañara en sus ultimas vueltas al sol, salvo sus recuerdos.
Días después cuando remitió el temporal, se autorizó el regreso. Ella se encamino lentamente como hacia todo desde que los ochenta se plantaron en su vida, por la calle mayor y al girar en la Iglesia, ahí estaba, su casa muy maltrecha y con sus enseres y su historia embarrada. Desolada, salió a la huerta que estaba aún más encharcada, Doña Águeda observaba todo con la mirada del adiós y de los espacios perdidos.
De repente entre todo cieno se vislumbraba un tono naranja sobresaliente. Era una calabaza, de la última siembra que su nieto dejo plantado antes de irse a un lugar demasiado exótico y demasiado lejos, que parecía querer salvarse del cieno. Se agachó torpemente y separando el barro que la rodeaba la susurro “Eres el ultimo regalo de madre tierra, la que nos ha acogido, a las que hemos maltratado y que harta de nuestros desmanes se rindió”.
A pesar de la humedad y el frio, cuando la tomo en sus manos, la calabaza emitía un calor inusitado que la hizo sentirse mejor, menos triste y más en calma; Sentada en su mecedora favorita del patio cubierto de la huerta con la calabaza en su regazo se desvaneció, murió sin saber que su calabaza no se convirtió en carruaje como el cuento, sino que era pasarela a una nueva dimensión.
Horas después, sus vecinos la encontraron recostada en la mecedora, con las manos como si asieran algo con intensidad, pero no sujetaban nada, apenas se apreciaba unas pequeñas visitas naranja intenso, que nunca pudieron explicar.
Tampoco ha habido explicación alguna , de porque su lapida se cubre de virutas naranjas cada vez que se acerca el aniversario de su defunción, desapareciendo inmediatamente al día siguiente.

Carmen Noemí Montañés Fernández, nació una heladora noche de un 18 de
diciembre de 1969 en León. Licenciada en Derecho (Universidad de León, 1993).
Letrada ejerciente, que le hizo aterrizar en tierras hernandianas en el año 2000 y
que alimentó aún más —si cabe su querencia— por las letras en todas sus dimensiones.
Tras catorce años, donde el Mediterráneo fue su compañero inseparable de
aventuras y desventuras jurídico-vitales, un cálido 9 de julio de 2014 regresó al
terruño, reiniciando su vida profesional e iniciando una vida alternativa cultural
(la que, de hecho, le redime de la primera cada día) que hasta el día de hoy le ha
reportado encuentros y experiencias irrepetibles y fantásticas.
Nació en una familia ávida lectora, que le permitió desde siempre leer todo
aquello que caía en sus manos sin filtro, lo que le hizo una adicta a la lectura. Pero
a pesar de esa querencia absoluta por las historias ajenas, nunca se le ocurrió coger
pluma y papel hasta que, en uno de esos eventos que empezó a frecuentar, le
sugirieron que se iniciara en esto de contar. Y empezó con un cuento, y otro, y
otro y se sucedieron las historias. Y comenzaron las colaboraciones en ediciones
compartidas, y se sucedió el primero, aquel «24 Horas» inolvidable y detrás
«Cuento cuentos contigo» y, así, la escritura penetró en su vida y siguieron otras
colaboraciones, en Salud Mental, en el día de la Mujer con doña Concha Espina, doña Josefina Aldecoa y Maruja y Manolita López —sucesivamente 2018, 2019
y 2020 con motivo del Día de la mujer, y en la edición de 2019 de Poetas por
Ciudad Juárez—. Y entre medias, también participó en una obra coral de relatos
«Póker de Damas y un Comodín». La última publicación, también coral, es «De
lunas , mujeres y otras historias», publicada en 2020.
A día de hoy, cuando su agenda profesional se lo permite, participa en la
actividad cultural de esta ciudad hermosa que la vio nacer hace cincuenta años y
que le permitió iniciarse tardíamente en esto de las letras, a pesar de ser letrada
hace ya más de veintisiete años, y que como decía el sabio Fray Luis de León, le
permite huir del mundanal ruido.