La hachuela by C. Noemí Montañés Fernández

Imagen tomada de Pixabay

¡¡Zas!! Un golpe seco y la hachuela heredada de la abuela Lali saltó por los aires.

            Mi torpeza en las cuestiones culinarias, especialmente en el manejo del instrumental de cocina, era homérico a pesar de los intentos infructuosos de mi abuela porque heredase su maestría.

            Esta mañana, nada más amanecer, ya me había arrepentido muy mucho de haber propuesto ser la anfitriona del centenario de Lali, pero mi naturaleza impulsiva, me jugaba esas malas pasadas. Asumiendo las consecuencias de mis arrebatos, me dispuse a preparar el banquete.

            En la trébede,  extendí los codillos (glaseadas con salsa de manzana), el plato favorito de la abuela, me pertreché de todos los utensilios y comencé a trocear cada pieza con una cuestionable certeza.

            La última pieza se me resistía sobremanera, así que dejé el cuchillo y agarré la hachuela, y con firmeza levanté la mano y ….

             La gruesa gota de sangre, avanzaba desde mi cuero cabelludo por la sien derecha, la intensidad de su tono rojo resaltaba sobre la palidez progresiva de mi cara que perdía vitalidad por segundos.

             Con la hachuela clavada en el cráneo y la primera gota multiplicándose de forma geométrica, pensé en el espectáculo “gore” en el que se había convertido la celebración.

            Me quedaban minutos de vida, lo cual no impidió una tentativa de sacar la hachuela, por supuesto, sin conseguirlo y provocando la aceleración de la hemorragia. A penas me dio el tiempo, antes de perder el conocimiento y la vida, de escribir un mensaje torpemente en la cubierta del recetario familiar:

            “Querida abuela Lali, si aún tenéis ganas de cenar, hay pizzas en el congelador, feliz luctuoso centenario”.

            Qué manera más tonta de no sobrevivir a mi centenaria abuela, por tratar de emular su habilidad en las artes culinarias perdiendo la cabeza en el intento.

C. Noemí Montañés Fernández

Carmen Noemí Montañés Fernández, nació una heladora noche de un 18 de

diciembre de 1969 en León. Licenciada en Derecho (Universidad de León, 1993).

Letrada ejerciente, que le hizo aterrizar en tierras hernandianas en el año 2000 y

que alimentó aún más —si cabe su querencia— por las letras en todas sus dimensiones.

Tras catorce años, donde el Mediterráneo fue su compañero inseparable de

aventuras y desventuras jurídico-vitales, un cálido 9 de julio de 2014 regresó al

terruño, reiniciando su vida profesional e iniciando una vida alternativa cultural

(la que, de hecho, le redime de la primera cada día) que hasta el día de hoy le ha

reportado encuentros y experiencias irrepetibles y fantásticas.

Nació en una familia ávida lectora, que le permitió desde siempre leer todo

aquello que caía en sus manos sin filtro, lo que le hizo una adicta a la lectura. Pero

a pesar de esa querencia absoluta por las historias ajenas, nunca se le ocurrió coger

pluma y papel hasta que, en uno de esos eventos que empezó a frecuentar, le

sugirieron que se iniciara en esto de contar. Y empezó con un cuento, y otro, y

otro y se sucedieron las historias. Y comenzaron las colaboraciones en ediciones

compartidas, y se sucedió el primero, aquel «24 Horas» inolvidable y detrás

«Cuento cuentos contigo» y, así, la escritura penetró en su vida y siguieron otras

colaboraciones, en Salud Mental, en el día de la Mujer con doña Concha Espina, doña Josefina Aldecoa y Maruja y Manolita López —sucesivamente 2018, 2019

y 2020 con motivo del Día de la mujer, y en la edición de 2019 de Poetas por

Ciudad Juárez—. Y entre medias, también participó en una obra coral de relatos

«Póker de Damas y un Comodín». La última publicación, también coral, es «De

lunas , mujeres y otras historias», publicada en 2020.

A día de hoy, cuando su agenda profesional se lo permite, participa en la

actividad cultural de esta ciudad hermosa que la vio nacer hace cincuenta años y

que le permitió iniciarse tardíamente en esto de las letras, a pesar de ser letrada

hace ya más de veintisiete años, y que como decía el sabio Fray Luis de León, le

permite huir del mundanal ruido.

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