
Cuentan los muros de un desvencijado desván, que hace muchos años vivió allí el espíritu de una tragedia, prisionero entre viejos muebles, recuerdos familiares y plumas de pasajeras aves.
El desván, junto con otras estancias, coronaba las cuatro alturas de un pequeño hotelito con torres desiguales, que fingiendo tranquilidad, se construyó en 1922 sobre una pradera de las afueras de la ciudad. En su esplendor, a pesar de tener la apariencia de un pequeño palacio, en realidad fue una acogedora vivienda familiar donde el día a día de sus habitantes trascurría apaciblemente.
La algarabía de los niños se escuchaba siempre en todos y cada uno de los innumerables rincones de este hogar.
Recorrían las alcobas, subían, bajaban, se escondían en el sótano, en las carboneras o en el lavadero. Correteaban alegremente por las galerías y espiaban desde arriba lo que acontecía en el patio interior.
Estos escarceos infantiles colmaban de bienestar y alegría a la familia. Pero fue ahí, jugando en el jardín, donde la desgracia y el infortunio rompieron el equilibrio y la tranquilidad de todos.
Bajo el verde césped, silencioso, se escondía durmiente el artefacto bélico que dejó inerte el cuerpo de la pequeña.
Desde aquel entonces la tristeza se apoderó de todos los habitantes del palacete. Poco a poco, una niebla oscura envolvió el edificio y hasta tal punto se fue arrugando que en el interior vivían sólo las tinieblas.
Ya nadie se acordaba de los felices y alegres momentos vividos en aquel chalecito, más bien el recuerdo de la desgracia se había convertido en una pesada losa que oprimía el corazón de la familia.
Querían huir, abandonar aquel espacio, que en un abrir y cerrar de ojos se había convertido para ellos en tierra enemiga.
Se fueron, se fueron todos o casi todos…el caserón, ya agrietado y envejecido fue cedido a otros inquilinos que intentaron dar nueva vida a los asustados muros.
Láminas de dibujos infantiles llenaron de color las paredes desnudas. El antiguo mobiliario se ocultó en el bajo cubierta. Las maletas repletas de ropajes y recuerdos personales se cerraron para, definitivamente, alejarse de la vivienda.
Cuando llegó el turno a aquel pequeño baúl con adornos de flores secas y herrajes de oro viejo se negó. Una y otra vez, se negó a abandonar su casa. Dos hombres tiraban y tiraban sin conseguir acercarlo a las últimas escalinatas. Lo intentaron de nuevo, empujaban fuertemente hacia la salida pero el baúl sólo se movía hacía el interior de la casa. En uno de estos tira y afloja el arca se abrió suavemente, como si se tratara de una pequeña caja de música, y de ella salieron peluches, muñecas, cuentos y ropitas infantiles.
Temblorosos, los fornidos operarios sintieron una especie de corriente fría en la nuca y medio inconscientes, como imbuidos por una fuerza extraña, subieron rápidamente el baúl al desván, sin duda era allí donde quería estar. Entendieron que algo o alguien prefería no alejarse del lugar…
El hotelito nunca más fue vivienda familiar… Fue donado y adaptado para oficinas municipales… pero una sombra infantil seguía recorriendo todas las habitaciones, cuentan que se sentía su presencia durante las obras y la limpieza del edificio…ruidos extraños, corrientes frías que paralizaban contra la pared a los trabajadores, y de todos era conocido ese miedo nervioso a permanecer en los despachos entrada la noche…
Aquella figura angelical que aparecía y desaparecía sabía muy bien lo a gusto que se encontraba en el espacio que había ocupado su casa. Se mostraba inquieta y traviesa con determinadas decisiones, con las obras, con el revuelo, con el desorden… Al contrario, su presencia es tranquila y pacífica cuando la algarabía infantil se hace sentir.
Era feliz, contemplando invisible, los juegos de guardería. Ahora agradece la compañía infantil en la biblioteca de su desván. Sólo muy de vez en cuando, para que no caer en el olvido, chisporrotea el interruptor y acto seguido nadie cierra la puerta de la sala de lectura.
Por la noche, en la ventana redonda de su desván se vislumbra la figura de la pequeña niña, leyendo con la tenue luz de una vela.
Al salir se cierra la puerta…y se apagan las sombras… ¡O no!

MARÍA DOLORES MARTINEZ LOMBÓ
Castrillo de las Piedras (León), 1959.
Licenciada en Filología Hispánica (Universidad de León, 1982).
Vine al mundo en verano, en un molino de aceite de linaza a la orilla del río Tuerto. Me gusta escribir y esta acción siempre ha estado vinculada con mis estudios y posteriormente con el trabajo que desarrollo.
Escribo, desde el corazón y desde la memoria, relatos con los que pretendo trasmitir recuerdos, vivencias y emociones. Aún inéditos, recopilo como un tesoro todas las narraciones que escribo a propósito de mis intervenciones en el Recorrido Romántico, en las Rondas de Filandones y de otros eventos culturales en los que participo.