
Entré y me senté en la barra. Hacia frio fuera. El viento producía una sensación de pérdida del alma en los habitantes de esta aldea. La barra, los colores, la música eran americanas. Corría el año 1975. Había llegado a un pueblo pequeño incrustado en la montaña. «Los Alpes no duermen nunca» fue la palabra del lugareño cuando me indicó este bar tan desigual en el espíritu de la comarca y luego agregó: «él, seguro sabe algo, pues aún tiene contacto con gentes que se marcharon hace un siglo a América». Al acercarse a la barra el dueño del bar, abrí el papelito que llevaba en mi bolsillo, un garabato de una mujer mayor, en la cual solo decía Maria Grazia. El tipo me miró, le miré. Tendría unos 80 años, rudo, lleno de rizos en una cabeza poblada y gruesa.
—¿De Argentina?
No entendí como lo había deducido y respondí:
—Sí.
Luego soltó una disquisición de seres que subían a barcos, se aguantaban el frio y el hambre, y trenes que dejaban esas almas en un vertedero gigante que llamaban La Pampa.
—È la vita —masculló, luego dejó caer dos vasos y puso grappa. La destilaban en este precipicio donde la luna cae directa en los valles, les ilumina y se mete en las ventanas como si buscara a desconocidos y si uno mira hacia arriba se esconde en las alturas. La vida en estos pueblos a más de 2000 metros, de montaña, de piamonteses, se resbala, se apiña en las laderas y crea sueños de nata, de embutidos olorosos, de vinos añejos. Sirvió otra grappa. Mi esternón raspaba, mi cabeza ya flotaba.
—Marie Grazia —repitió. Es una señora baja de cabellos claros que cuenta historias muy antiguas y lee los ojos a quien le visita —dijo acelerado y raudo. La había definido igual que quien me enviaba, mi abuela, Domenica. Ella vive en una casa de tejados de piedra desigual poblada de gatos. A 300 metros arriba. De allí se ve el valle. Y sirvió otra grappa, para agregar:
—Domenica y Teresa. Dos nombres que espantaron los recuerdos de casi cien años.
Me explicó que los barcos se llenaban en Génova y se hundían en el mar. Que siendo niño veía a los últimos en marcharse, subir por esa ruta azulada y llena de ilusión. Esos dos nombres y 200 más los sabía de memoria; su padre le obligaba a recitarlos uno a uno para preservar el espíritu que se alejaba.
—Marie Grazie fue novia de mi padre. No se casaron.
Me explicó que sus ojos verdes llenaban un vaso. Que sus ojos verdes llevaban muy lejos o preguntaban a quien le visitaba. Se apartó del mostrador y llamó por teléfono. Luego al regresar dijo:
—Ella está esperándole —esta vez fue un español fluido y grande como la olla de los pobres el que salió de su boca. Quise pagar y no aceptó. Mi abrigo gamulan pareció ser débil ante el frio que entró por la puerta. Helado desde fuera y caliente por esa grappa que bailaba dentro. Antes de seguir caminando metí la mano en el bolsillo derecho, una carta y una foto de Domenica se apretaban sin más. ¿Qué diría al entrar? ¿Cómo sería esa antigua mujer? Para quienes le citaban siempre decían, ella cultiva la mirada del recuerdo. La subida fue lenta, me pesaban los pies, parecía que cada paso era más angustioso y débil y el viento me desplazaba de lado a lado. Me detuve, pregunte a otro aldeano y miro a casi 50 metros, luego señaló y dijo tres palabras:
—Ella le espera.

Director & Fundador de Masticadores
Barcelona (Vilanova i La Geltrú) Nacionalidad: española, italiana, argentina (Escapó de dicho país con 19 años). Escritor, editor y fundador de Masticadores. Sus blogs ha pasado la mitica barrera del millón de visitas. Ha publicado en El País, Clarín y Mundiario. Ha publicado 24 libros. Se define de la siguiente manera:
“A los 8 años leí La Biblia (una espléndida colección de mi abuela de 10 tomos ilustrada) pero no me hice religioso, luego El Quijote y una biblioteca entera propiedad de mi Tia Estela que devore en mi exilio. Mis padres se habían divorciado y mi alimento espiritual era la rutina del colegio (¡que horrible repetir sandeces!) y mis dos abuelas italianas que me sumergían en relatos sobre las vidas paralelas de sus familias en Los Alpes. Del colegio solo tengo un record Guinness: me enviaron a izar la bandera en un mástil de casi 100 metros y rompí el alambre que elevaba el símbolo patrio, desde aquel día… sigue sin solución el déficit de bandera.
Durante aquel exilio mi única amiga era mi prima hermana Monica, escritora igual y soñadora. Bueno yo soñador y ella escritora.
Siempre pensé que sería escritor, lo que ocurre es que viví extraviado hasta los 50 años. Fui ayudante de albañil, vendedor de tonterías varias, guardia urbano, agricultor de temporada, friegaplatos, modelo de desnudos para dibujantes, traficante en pequeña escala de la Mafia griega, profesor de El Capital de Carlos Marx muy joven en la Universidad, empresario (he fundado 5 empresas, una ha cumplido 22 años). Y soy profesor de niños y jóvenes en mi trabajo actual”.
Correo electrónico: fleminglabwork@gmail.com Facebook / Twitter /Web personal